
(prohibida la lectura a animalistas, podría dañar su sensibilidad… y podrían denunciarme)
Primera semana de enero, como buenos padres previsores que somos, no teníamos nada para “colocar”. Los niños estaban empeñados en que querían una mascota. Y nosotros pensando en mascotas “fáciles” nos decantamos por unos peces… aquí empezó nuestro error.
El día 2 fuimos a la tienda de mascotas a comprar unos peces, el señor de la tienda, Juan, nos explica lo que hay que hacer, yo escucho, mi marido desconecta.
Juan nos cuenta que primero hay que montar la pecera, poner la arena, etc. etc. Así a modo de resumen, nos explicaba lo que había que hacer para que el agua estuviera químicamente preparada para que los peces pudieran tener un hábitat idóneo para su feliz supervivencia. Información que yo retenía mientras mi marido miraba los peces tropicales.
Salimos de la tienda con la pecera, los productos químicos, la arena y sin peces.
El día 3 por la noche, con los niños dormidos montamos la pecera, siguiendo las instrucciones una y haciendo lo que le daba la gana el otro.
Yo iba leyendo, limpiar la arena con un colador, colocarla en el fondo de la pecera.
El otro colocó la arena en el fondo de la pecera sin limpiarla y empezó a llenar la pecera de agua.
-Marido, creo que hay que poner un plato en el fondo para que el agua no haga mover la arena-.
-Anda anda, que lo hago despacio… –
Ya os podéis imaginar el resultado, una pecera llena de agua turbia y marrón.
Mi marido, sorprendido. Yo, frustrada.
Vaciamos, limpiamos. Repito yo sola la operación. Triunfo.
Porras, hay que esconderla para que no la vean los niños. Shit.
Algo les pasa a los hombres con el no reconocer que no pueden con algo que pesa porque a pesar de eso lo intento varias veces, hasta que ya había más agua en el suelo del salón que en la pecera. Sacamos el agua, escondimos la pecera y la volvimos a llenar de agua. Creo que ya eran las 2 de la mañana.
Con la pecera ya lista y con 48 horas de agua con químicos, fuimos a por los peces. Primerizos en esto de tener peces, nos aconsejaron llevarnos peces de agua fría muy resistentes. Así que nos dieron 3 peces de mierd… que yo sin gafas ni los veía. Pero que nos prometieron ser resistentes. Perfecto.
Día 5 por la noche, niños dormidos. Comienzo con el procedimiento. Meter los peces en la pecera, no hombre, hay que hacerlo poco a poco, muy poco a poco.
Después de mucho meter y sacar, los peces en la pecera. Nos fuimos a la cama. Esperando ver la cara de los peques. Iban a flipar.
Al día siguiente triunfo total, solo quieren ver los peces, darles de comer. Cada uno ha elegido uno y ya tienen nombre. Emoción, risas. Mi marido y yo suspiramos, ha valido la pena. Les encantan. En la casa de los abuelos no se habla de otra cosa. Los peces.
Volvemos a casa, horror. Un pez esta panza arriba, puff esto me suena de nemo… no pinta bien. Niños, iros al cuarto a guardar los juguetes.
Mirada al marido, mirada a la pecera, ya está. Solucionado. Pez por el retrete.
Solo quedan dos.
-mamá, ¿y mi pez?-
– ¿Qué pez? –
-Pues el mío, cuál va a ser-.
– pues mira hija, que se ha puesto malito y se ha muerto-
Jo…pero ¿dónde está?
Nada, marido te toca a ti explicarle a tu hijo que has hecho con el pez.
A los dos días todos los peces estaban muertos. No sé muy bien que hicimos mal, no sé si fue todo o solo algunas cosas, lo que si tengo claro es que no se le puede esconder nada a un hijo y que siempre hay que decirles la verdad.
…………………continuara……………………………….
