Yo creo en las primerizas. Hay que dejar que lo seáis. Yo misma experimente la salida de ese estado cuando me pasó la anécdota que paso a describiros. Fue un gran día.
Salía con los 3 niños de casa. Llegábamos tarde, como siempre. Y entre el 2º y el 1º piso el pequeño que llevaba en brazos vomita, como si no hubiera un mañana, por todo el ascensor. Creo que había una esquina limpia.
Me quedo cual estatua mirando el pelo de los dos mayores, mi ropa, mi bolso, él bebe, el suelo. Pero me quedo mirándome en el espejo y se me escapa tal carcajada que mis hijos dejaron de llorar en el acto.
Podéis imaginaros el percal, todos llenos de vómito. Horrible, para llorar. Pero fue la primera vez que me reí, me reí por lo pringada que era, por lo nerviosa que me había puesto por vestirles a todos ideales para presumir de niños. Por los gritos a la mayor porque no encontraba sus zapatos.
Le di al botón de mi piso, entramos en casa y les metí a todos en la ducha, ropa incluida.
Lo cuento porque creo que fue el primer momento y la primera situación que no me sobrepaso, que no me hizo agobiarme o bloquearme.
Cuando nació la primera, y se hacía caca justo cuando salía por la puerta me ponía a llorar porque tenía que volver a cambiarla. Primeriza. Muy primeriza. Pero todo eso queda atrás y después te vas apañando y un buen día te ríes de ti misma porque si, las madres muchas veces somos unas pringadas. Y no pasa nada.
