¿otro en camino? ¡¡NO!!

Algo que nunca llegue a pensar que sería, es lo que precisamente fui durante unos meses de mi vida. Como diría mi madre, ¡una frívola!

Con 3 hijos, de 4, 2 y 1 año, ya estaba con muchas ganas de volver, por fin, al mundo adulto. Cansada ya de niños pensaba que ya estaba bien, y empezamos a ir con cuidado y no dejar mucho espacio a la imaginación de Dios.

Hoy no es el día para contaros detalles, pero basta decir que nos las ingeniábamos para no correr riesgos de quedarme embarazada. Pero nos pasó lo contrario. Más o menos un “cuéntale a Dios tus planes para que el haga lo que le dé la gana”.

A día de hoy todavía no me salen las cuentas, y me rio acordándome de la conversación con mi cuñada:

-hija, ¿no estarás embarazada?

-que va, ¿cómo no sea del espíritu santo?

-anda, con tres días de retraso, toma hazte una prueba.

La prueba dio positivo.

Me derrumbé.

Lo acogí fatal, no lo quería, lloraba sin consuelo.

Dios me había mandado un hijo y yo, en mi egoísta niñería, no lo quería. Me sentí atrapada, jodida, estaba tan llena de mí, tan llena de egoísmo, comodidad y pereza… Lo acepté muy mal, me superó tremendamente y no fui capaz de aceptarlo.

Gracias a Dios Él estuvo allí para ayudarme, como siempre.

A las 7 semanas me confirmaron el embarazo, y como un reloj empecé con mi hiperémesis gravídica (para las novatas, cuando vomitas sin parar y acabas adelgazando y con deshidratación). Vomitaba tanto que a las 9 semanas tuve que ir a urgencias por una deshidratación que me dejó ingresada una semana.

Al llegar a urgencias, lo primero que hicieron fue ver si él bebe estaba bien.

En la ecografía abdominal no había ni rastro de embrión. Probaron con la eco vaginal y tampoco…

Pensé que era muy raro, porque me encontraba fatal y no había sangrado ni nada, pero no podía pensar en nada más que en la culpa que sentía…

Lloré más que nunca en mi vida.

Nunca me había sentido peor, lloraba y lloraba me sentía muy culpable y, sobre todo, una desagradecida. Porque no le había querido y no le había aceptado.

Dios me había dado otro regalo (los hijos son eso, dones de Dios) y yo, en mi mezquindad y egoísmo profundos, no lo había sabido ver ni aceptar, y mucho menos agradecer.

¡Que tonta había sido! Desagradecida y tonta.

Recuerdo que mi marido, asustado, me llevó a casa de mis padres, para que le ayudaran conmigo.

Mi madre me ayudó. Recuerdo que había hamburguesa para cenar y le solté, entre lágrimas:

“A mi casi crudas, total ya da igual.”

Estaban riquísimas.

Al día siguiente fui con la hoja del legrado a mi ginecólogo habitual, que me miró extrañado y me hizo otra ecografía para confirmarlo.

No hizo falta más de 3 segundos ya que en cuanto apareció el útero en el monitor allí estaba un bebé de 9 semanas en pleno movimiento.

Nunca olvidaré la sonrisa del médico y ese “pues, aquí está vivito y coleando”

Lo primero que pensé: ¡¡¡mierda, “las hamburguesas”!!!

Gracias, gracias, gracias.

Gracias Dios mío por esta experiencia, porque necesitaba un susto así para darme cuenta de que claro que la quería, de que tengo que ser generosa y de que los niños son siempre una bendición.

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