¿Odio mi cuerpo?

Esas líneas moradas sin fin, ese pliegue colgante, esos pechos lejanos, ojeras, esos pelos en el peine, esos “enhorabuena” cuando tu hijo ya tiene la carrera hecha…

En el embarazo, parto y postparto el cuerpo pasa un infierno, todo crece y pierde “elasticidad” y firmeza y, a pesar de contadas excepciones a lo Dorian Grey, el común de los mortales acaba odiando un poco su nuevo cuerpo. ¡Tampoco ayuda mucho que las “Dorian Grey” presuman tanto en las p… redes sociales!

Aquí tenemos dos problemas, y los dos tienen la misma raíz común: la comparación. O nos comparamos con otras mujeres o nos comparamos con nosotras mismas tiempo atrás.

La comparación con las demás es la historia femenina más vieja de la historia y ya está superada. Y, a pesar de, como en mi caso, tener una amiga que embarazada del 5º todavía se puede meter en la falda del cole, más o menos lo tenemos superado o por lo menos sabemos lidiar con ello. Todo el mundo sabe lo bien que sienta decir un ¡qué cabrona! de vez en cuando.

El problema real en las madres es ver cómo queda tu cuerpo después del parto y peor aún es ver que ha pasado un año, tu hijo ya corre y todavía tu sigues con esas “señales de guerra”. Nada te queda bien y empiezas a odiarlo.

Las RRSS y la sociedad no ayudan nada, y encima te sientes mal por no conseguir adelgazar o no ponerte bikinis por culpa de no querer enseñar la zona del ombligo que no ha quedado muy bonito.

Se nos olvida algo fundamental: todas esas imperfecciones son fruto del amor, la generosidad, el heroísmo y el altruismo.

Tu cuerpo ha muerto a sí mismo para dar la vida a otro ser. Y sí, se ha quedado con señales de guerra ¿y qué? Son el signo de algo increíble, de algo mágico y si la sociedad no es capaz de ver la belleza en esto, es una sociedad que está condenada a la extinción.

Cuídate, arréglate, viste con lo que mejor te sienta, pero NUNCA te acomplejes de tus marcas de guerra porque son el testimonio de lo que tu cuerpo ha sido capaz de hacer. Un milagro.

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